Diego Staropoli, el fundador de Mandinga Tattoo

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Una reciente nota realzada afirma que el tatuador comenzó tatuando en un baño del Mercado Central, hoy es un gigante de esta rentable industria en una recorversion de actividad de marginal a cool.

Desde Villa Lugano a toda Sudamérica, con su primer local en Murguiondo 4116, que no paro de crecer y abrir sucursales, hoy es referente en el mundo de los tatuajes en Sudamérica, pero en la entrevista no olvida que empezó bien de abajo.

Diego Staropoli  recuerda “El primer local era un antro de perdición. Era muy chiquito y parecía una cueva”, asi lo define el fundador de Mandinga Tattoo, en su relato señala que pasó de tatuar en un baño del Mercado Central a fundar una de las empresas de tatuajes más importantes de Latinoamérica en un momento donde esta actividad era considerada marginal, logrando superar los prejuicios de la sociedad y de su propia familia.

Ahora en 2021 Mandinga es un estudio de tatuajes con más de 25 años de historia y es uno de los locales más grande de Latinoamérica contando con un staff de 13 tatuadores. Está ubicado en el barrio de Villa Lugano y por sus instalaciones pasan a diario los integrantes de las bandas argentinas más conocidas y famosos de todo el país.

Además son organizadores de la exposición de tatuajes más grande del país, cuentan con una barbería y cafetería y también se encargan de apadrinar 5 escuelas rurales, un hospital rural y hasta tienen su propio equipo de softbol.

Diego contó que era el principio de los 90, y más allá de tenía claro lo que quería hacer, eran tiempos en los que el tatuaje era una actividad marginal. “Estar tatuado representaba haber estado preso. La policía no distinguía entre un tatuaje artístico y uno carcelario”. Una situación traumática que tuvo que atravesar fue el enfrentar a sus padres y superar sus prejuicios.

Por un tiempo trató de esconder los tatuajes pero un día su padre se los descubrió y la situación llegó a un extremo. “Yo estaba tocando la guitarra, cuando descubrió los tatuajes él me la sacó y me la partió en la cabeza. Me decía que me había arruinado la vida. Mi madre se agarraba la cabeza y estaba preocupada”, cuenta.

El primer tatuaje se lo realizó a su cuñado, y luego continuó haciendo trabajos de forma gratuita “Eran gratis, así que todo el barrio Samoré estaba tatuado por mí. Eran un desastre, hoy los veo y me quiero morir”, confiesa Diego, pero allí comenzó todo.

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