Barrientos: “A esta altura no tendrían que existir los comedores pero veo cada vez más pobreza”

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Así lo afirmó Margarita Barrientos la referenta del espacio social y comunitario “Los Piletones” de Villa Soldati, en una reciente entrevista que le realizaron afirmó con contundencia esta dura frase “A esta altura no tendrían que existir los comedores pero veo cada vez más pobreza”.

La dirigente social vinculada al Macrismo realizo un análisis de la situación actual con interesantes consideraciones en una extensa nota realizada por el periódico El Tiempo de la localidad bonaerense de Azul

Sabemos que, en estos tiempos, la escucha y el silencio suelen ser dos de los valores más anhelados. Sin embargo, el ser humano vive inmerso en situaciones que lo aturden, más o menos voluntariamente, quizá para olvidarse o dejar fluir la complicada situación anímica que atraviesa. Las redes son un emergente de esa narcotización que simula conexión, pero paradojalmente dejan al hombre infinitamente solo y pasivo ante la lectura del mundo real y concreto, de las señales que le arroja para despertarlo y ser parte de la acción.

En la mañana de un frio sabado de julio, un grupo importante de personas hizo del silencio la más vívida respuesta. Porque en ese clima se unieron en el SUM de la Escuela Nro. 62, cerraron bocas, abrieron mentes y corazones para dejarse hamacar por las palabras de Margarita Barrientos.

Es que Margarita no habla: arrulla con su voz. La evidencia de la necesidad y del desamparo, la fe inquebrantable y la fuerza de voluntad materializada en acciones de amor hacia el prójimo la han convertido en una narradora tan potente, que sus interlocutores sólo pueden dejarse llevar por el silencio para que sus verdades fluyan e inspiren, motiven, conmuevan hasta las fibras a las almas tan distraídas o adormecidas.

Hace unos pocos meses, Julia Rigo y Pablo Draghi, dos azuleños que trabajan en forma anónima e independiente para dar respuestas a sectores vulnerables de la comunidad, pudieron establecer contacto telefónico y virtual con allegados al comedor Los Piletones, en Villa Soldati. Y poco fue necesario para que la propia Margarita decidiera llegar a Azul para conocerlos, ver los lugares y visitar a algunas personas que reciben esa asistencia, no sólo para darles su aliento sino también para sumar alguna ayuda concreta, producto de lo que recauda a través de su fundación.

Pero Margarita no sólo alimenta con comida. Sabe hacerlo a través de sus palabras, de su testimonio hecho acción.

“Yo tengo muchos hijos y muchos nietos -comenzó diciendo-. Y pensando en lo que les puede pasar a ellos, ayudo a los chicos de la calle”.

Desde que comenzara junto con su esposo Isidro en Los Piletones, en 1997, el país ha sufrido debacles y devaluaciones, crisis y grietas. Pero su misión supo atravesar todas las tormentas y seguir en pie. Hoy sostienen también un comedor en Cañuelas y viaja sistemáticamente a Santiago del Estero, con una camioneta solidaria que llega hasta lo más profundo del monte para repartir arroz, fideos, puré de tomates y golosinas que tienen la fuerza de robar a los niños las más lindas sonrisas.

“Mis vacaciones -contó- son cargar la camioneta de mercadería, poner también una valija chiquita que casi no usamos, porque de tanto que hay para hacer ni nos cambiamos de ropa, y llegar para dar”.

Sostiene que a lo largo y a lo ancho de todo el país hay muchas Margaritas y Margaritos dando respuestas de solidaridad y trabajo concreto: “Necesitamos que usted nos venga a enseñar, me dicen cuando los visito. Y yo les digo que ellas ya lo saben todo. Es que si hay algo que uno no puede enseñarle a alguien, es a ser solidario”.

Margarita no habló de política. Sin embargo hay quienes quisieron enredarla en proyectos y subirla a un tren al que siempre fue remisa; y eso bastó para que otros también le pusieran etiquetas que no le corresponden y, mucho menos, merece. No hay política partidaria en las acciones solidarias y de asistencias que ella ejerce, pero sí una fuerte convicción, una decisión política de trabajar concretamente por los derechos y la dignidad de los más vulnerables. “Ellos necesitan, pero siempre les digo que no se arrodillen ante nadie. Yo no trabajo para que me digan gracias. Lo hago porque sé lo que es la necesidad”.

Y volvemos a ese silencio que se hizo carne en el SUM de la Escuela Nro. 62. El punto más alto quizá ocurrió cuando Margarita dio testimonio de su propia trayectoria de vida. Creció en el seno de una familia numerosa y carente de muchas cosas materiales. No obstante, tuvo desde pequeña la sabiduría necesaria para tomar de su madre y de su padre ejemplos y valores.

“Mi madre era muy sabia -relató, mientras iba desgranando las anécdotas de forma tan vívida-. Cuando cocinaba, siempre guardaba un poco de comida. Y nos daba un plato pero con lo suficiente. Tal vez podría habernos servido más, pero prefería guardar algo de comida. Cuando con mis hermanos le preguntábamos si no podíamos nosotros comer esa comida que iba guardando, nos decía que no. Porque si venía Dios a pedirnos, ¿qué le íbamos a dar? Para mi madre, Dios vivía en las presencias de los más necesitados. Nos decía ‘Cuando alguien viene, no le preguntes cómo se llama ni de dónde viene. Sólo dale de comer. Porque no sabés quién es Dios”. Así era mi madre; a pesar de faltarnos todo, siempre daba. Y eso es lo que me enseñó: Dios aparece en los otros, tiene el rostro de los que necesitan y nos demanda acciones y gestos concretos”.

Margarita habla sin micrófono. Y en verdad, aunque previamente desde la organización los anfitriones instalaron un equipo de sonido, no hace falta amplificar su voz: su decir candente y pausado es un hilo fuerte que sólo traduce la energía de su potente testimonio, la lectura de sus propias emociones y recuerdos:

“Mi padre fue un hombre muy duro, que desgraciadamente cuando murió mi madre, se fue a vivir otra vida y nos repartió como pudo. Sin embargo, también nos dejó sabias lecciones. Como la de respetar a nuestras maestras: ‘No se olviden que durante cuatro horas de sus vidas, ella es su madre’, nos decía”.

Huérfana de madre a los once años, tuve en medio del monte que aprender a sobrevivir y sobreponerse a la necesidad.

“Cuando murió mi madre aprendí lo que es la vida y la familia -evalúa-. De once hermanos, quedamos seis. Y era mi hermano de trece años el que nos mantenía unidos. Decía ‘Donde va uno, vamos todos’”.

El momento más doloroso para esta niña debe haber sido, sin dudas, cuando estimulada por su propio hermano y ante la necesidad, éste le aconsejó que buscase un espacio para vivir en Buenos Aires. Pero antes de eso, había que encontrar un hogar donde dejar a su hermana menor. Escucharla hoy es comprobar cuánto le ha dolido y sigue doliendo ese desprendimiento. Lo que siguió a ese golpe anímico fue un golpe material, bien concreto: al llegar en tren a José C. Paz, cuando vio el cartel y, del miedo a pasarse de largo, se arrojó del vehículo en movimiento. Se rompió muchos huesos y de ese momento, sólo recuerda cuando despertó en un hospital y se reencontró con la mirada del hermano mayor a quien iba buscando. Lo que siguió fue crecer, a puro golpe de la vida. De otra hermana mayor radicada en Buenos Aires aprendió el ejemplo del sacrificio y se dispuso a trabajar de lo que tocara.

“Cuando aprendés esa lección -dice hoy- es lindo porque a una la toca. Y entonces ya lo que te llega, no tiene el mismo valor”.

Y en el rescate de ejemplos, no faltó el de su esposo Isidro, a quien en una circunstancia y por un accidente debieron amputarle un brazo; sin embargo, en esas condiciones, salió a buscar trabajo.

“De mi esposo aprendí que aquel que diga ‘No puedo’ es porque no lo intentó -asegura Margarita-. Muchos de nuestros jóvenes, de 40 pa’ arriba o de 40 pa’ abajo, no conocen el sacrificio. Se perdió esa cultura del trabajo y hay que recuperarla. Siempre digo a las abuelas que encuentro en los lugares donde hablo: Tengan presente que la educación es en casa; los maestros enseñan lo que nosotros no podemos enseñar”.

El comedor de Los Piletones es un continuo hacer. Enciende las hornallas a las seis y media de la mañana y se apagan a las ocho de la noche. Allí el chico que llega siempre tiene un plato de comida, sin que se le pregunte nada. Son 120 personas las que trabajan para su funcionamiento y muchas de ellas son hijos y nueras de Margarita; probablemente algún nieto también.

“A pesar de todas las trabas -asegura-, seguimos haciendo. Tenemos una panadería que elabora cada día 150 kilos de pan, que salimos a repartir. No vamos a hablar de política porque uno está como exhausto con ese tema. Nosotros sí hacemos política; pero la nuestra es sana, porque no prometemos. Nuestro compromiso es ayudar a la gente, más que lo que hacen los de arriba. Sabemos que no hay que mezquinar a nadie. No importa cómo se llame: a quien llegue, sólo hay que darle de comer. Trato de tener sueños y proyectos; que la gente tenga la vida más fácil en este momento difícil. Eso es Los Piletones. Crecimos por la ayuda de la gente. Me gusta mostrar lo que hacemos y a todos les enseñamos lo que es dar. Pero eso no se inventa; tiene que salir del alma. Estamos en 2023 y a esta altura, estoy convencida de que no tendrían que existir los comedores. Debería haber trabajo para que ellos elijan qué comer. A mí me encantaría ver eso, pero veo cada vez más pobreza”.

A todo ese hilván de convicciones y certezas, Margarita las condimenta con un aire de paz y tranquilidad que, en verdad, contagian. Es claro que ha evaluado mucho la vida, y ha encontrado una fórmula que sirve para regir sus propios pasos y el de quienes se acercan. La fe es un hilo conductor:

“Cada día, cuando llego al comedor a trabajar, prendo cuatro velas: para pedir y también para agradecer. Una de ellas es por mi salud: tengo diabetes, colesterol, cuatro by pass, me han colocado un marcapasos… Pero le pido a Dios y, hasta ahora, me sigue haciendo caso”.

Y eso fue lo que dejó para un auditorio que, al término de su charla, quedó enlazado por un mismo sentimiento de gratitud y esperanza, convencidas cada una de las personas de que el bien se siembra; y que la solidaridad reparte bienestar equilibradamente entre quien da y quien recibe.

 

 

 

 

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