Living Colour en el Teatro de Flores
Living Colour en el Teatro de Flores, el cuarteto neoyorquino se presentó en el mítico reducto del barrio de Flores, repleto y con fans euforicos el dia dela leatad Livingcolurista
“La historia es la ciencia de lo que nunca sucede dos veces”, escribió el literato francés Paul Valery. Será por eso que el guitarrista Vernon Reid, a manera de tributo, irrumpió por el escenario de Teatro Flores con una camiseta negra que llevaba impreso en blanco “CBGB”. Esas cuatro letras dieron vida a uno de los más célebres clubes de música de Nueva York, devenido en templo del rock. Sin embargo, a la gentrificación poco le importó, y se lo llevó puesto. Así que hoy es pasado y también presente, porque muchos de los artistas que ilustraban las remeras de los que asistieron en la noche del jueves a la sala ubicada en ese barrio multiétnico usaron ese lugar como vitrina. Incluso Living Colour, que además grabó ahí su segundo disco en vivo: Live at CBGB’s (el registro data de 1989, pero vio la luz en 2004).
En su regreso a Buenos Aires, a cinco años de su último desembarco local, el cuarteto estadounidense demostró que su pasado sigue estando muy vigente. Y hasta suena mejor que cuando fue novedad. Si en su show de 2019, en Groove, le rindieron tributo a su primer álbum, Vivid, a propósito de los 30 años de su lanzamiento (respetaron además el orden del track list), en esta oportunidad el grupo dejó en evidencia algo contra lo que siempre luchó el rock: romper la temporalidad, por sobre la imposición de tendencias y la aparición de imberbes convencidos de que descubrieron el agua tibia. Sin que esto afecte a la obra tal cual fue concebida. De hecho, los temas elegidos para este asalto porteño, a contramano de buena parte de las 1800 personas (fue sold out) que asistieron al show, experimentan una alergia por la nostalgia.
Es verdad que Reid, el bajista Doug Wimbish, el baterista Will Calhoun y el cantante Corey Glover ya no usan licras fluo ni esas rastas (el frontman sigue luciendo sus clinejas) que se convirtieron en un rasgo identitario adicional. Marcándole la cancha, a punta de exotismo afrodescendiente, al glam del rock californiano. Pero no se movieron ni un centímetro del complejo balance entre potencia y groove. Lo que sí hicieron fue ahondar en los matices experimentales de los temas, lejos de cualquier variante de la solemnidad. Si otra cosa sabe hacer muy bien Living Color es divertirse en el vivo, conservando el desparpajo y la complicidad. “¡Vernon, Vernon, qué pasa, man!”, le gritaba Glover, desde la otra punta del escenario. Y es que ese parate estaba por enfriar el último tramo del show.
Mientras la baterista, cantante y compositora Andrea Álvarez aclimataba la previa con su rock descarnado y sin concesiones, escoltada por el tándem de músicos con el que la rompió hace algunas semanas en la presentación de su nuevo álbum, La cadena del mal, en The Roxy, el calor comenzaba a ser el invitado indeseado. Los de Nueva York se asomaron a las 21, envueltos en una mezcla del vapor disparado por las máquinas de humo y el vaho emanado por la concentración de gente. Una vez que terminó de sonar en el sistema de sonido “Marcha imperial” de La guerra de las galaxias, alguien de entre el público gritó “¡Viva Perón!”. Lo que dio pie para el inicio de la celebración, de una hora y cuarenta y cinco minutos, de otra forma de entender la lealtad.
Luego de que guitarra, bajo y batería desataran el caos sonoro, los acordes seminales de “Leave it Alone” brotaron arrastrados por la inercia. Entonces la cadencia a medio camino de todo se tornó en la guía de este funk rockero de su disco Stain (1993), hasta que Reid empezó a desarticularlo con su solo de viola. Tras desarmarlo, sostuvo a su instrumento chillando y se dio vuelta hacia el baterista. Como en las carreras de relevo en el atletismo, ahora Calhoun tenía el testigo. No se le ocurrió mejor idea que poner a vibrar a sus tambores y platillos para darle ese empujón de rock raudo a “Desperate People”, que al rato tomó forma de funk, sin dejar de lado la visceralidad. En la transición, Glover disparó por primera vez su falsete, batió sus crenchas y pidió al público que aplaudiera.
De Vivid regresaron a Stain de la mano de “Ignorance Is Bliss”, donde groove y rock armaron una sustanciosa dialéctica. Y en este trabajo se mantuvieron, al igual que en ese síncope, con “Bi”. Aunque el frontman recuperó el cierre de “Everybody Wants You When You’re Bi”, plasmado en el álbum, para interactuar con el público al principio del tema. Este tramo con el tridente de canciones de la tercera producción de la banda lo coronó “Ausländer”, con el que se subieron nuevamente al arreo de la intensidad. En el centro de esa construcción progresiva, despuntó la cualidad de Wimbish para golpear las cuerdas de su bajo. Inyectando así más vigor a la canción sin robarse protagonismo. Sin embargo, como antesala al final, revolearon un pasaje experimental que esta vez flirteó con la música techno.
Después de bajar un cambio con “Never Satisfied”, secundado por el primero “Ole, olé”, Reid saludó a esa audiencia delirante. Volvieron a despegar con “Funny Vibe”, punk con forma de zapada que concluyó con solo pentatónico de viola. En tanto que en “Secret Ground” invocaron su costado experimental, en “Open Letter (to a Landlord)” asomaron la vena jazzera y góspel. Al terminar, guitarrista, cantante y bajista salieron de cuadro para darle visibilidad al baterista Will Calhoun, taumaturgo del ritmo que en esos cinco minutos capitalizó todas las piezas que tenía en frente. También hubo tributo al hip hop de vieja escuela, con Wimbish y Glover al frente del flow. Rapearon pegaditas “White Lines (Don’t Don’t Do It)”, de Melle Mel; “Apache”, de The Suggarhill Gang; y “The Message”, de Grandmaster Flash.
Esto allanó el camino hacia sus clásicos. Primero hicieron el funk rock a la jamaiquina “Glamour Boys”, escoltado por el sedicioso R&B “Love Rears Its Ugly Head”. Así como sucede cuando ejecutan sus instrumentos, los géneros son una realidad relativa en la banda. Tras lograr el coloquio entre hardcore y funk en “Time’s Up”, la revisita a “Type” (en clave metalera) estaba poseída por el riff de “Symphony Of Destruction”, himno de Megadeth. En el medio tocaron uno de los temas con los que comenzó esta historia en 1984: “Cult of Personality”. ¿Salieron y volvieron, y se despidieron mechando “Should I Stay or Should I Go”, de los Clash, con “What’s Your Favorite Color?”. Lo que voló más de un cabeza. Y es que como dijo Charles Bukowski: “Algunas personas no enloquecen nunca. Qué vida tan horrible deben tener”.
Sobe nota de Yumber Vera Rojas