El barrio de Flores llora la perdida de Francisco

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Desde su Flores natal, Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, fue siempre un hombre de barrio: cercano, humilde y comprometido con los más necesitados.

Su historia no comenzó en los lujosos palacios vaticanos, sino en un hogar modesto en el barrio de Flores, entre mates, largas sobremesas de domingo y la pasión por el fútbol. Por eso, incluso ya como papa, nunca dejó de ser ese tipo directo, sencillo y, sobre todo, profundamente argentino y porteño.

Cuando el 13 de marzo de 2013 salió al balcón de la Plaza San Pedro y dijo: “Fratelli e sorelle, buonasera” (“Hermanos y hermanas, buenas noches”), rompió con todo: con el protocolo y la distancia.

América Latina, esa región tantas veces olvidada, sintió que uno de los suyos llegaba a lo más alto. Y lo hizo a su manera: sin pretensiones, incómodo para los poderosos, firme en su defensa de los más olvidados. El papa del fin del mundo, sí, pero con los pies bien puestos sobre la tierra.

Francisco siempre mantuvo una vida austera. Desde su llegada al Vaticano, eligió vivir en la Casa Santa Marta, un alojamiento modesto dentro de la Santa Sede, en lugar del lujoso Palacio Pontificio.

Era de San Lorenzo, el club de Boedo que se mudó a Bajo Flores y fue fundado por un cura para sacar a los pibes de la calle. Y eso decía mucho de él: su equipo fue uno en el que el fútbol y la fe siempre estuvieron de la mano.

Jorge Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires, la ciudad natal con la que mantuvo siempre lazos fraternos y atesora sus huellas en el barrio de Flores, por eso hoy, gran parte del mundo, pero en espacial su vecinos loran su partida. Había nacido el 17 de diciembre de 1936 en una típica familia de clase media baja, en el barrio de Flores de la Ciudad Buenos Aires, en la Argentina.

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