“Jóvenes Argentinas Forjan Futuro en Fábrica Cooperativa”

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Agencias de noticias de todo el mundo se hacen eco de la organización cooperativa Maleza un emprendimiento de cosméticos naturales  ubicada en Crisóstomo Álvarez a metros de Murguiondo en Villa Lugano, en este caso quien tomo la noticia y la difundió fue Havanna Times s un blog cubano independiente y una revista en línea fundada en 2008.

Bajo el titulo “Jóvenes Argentinas Forjan Futuro en Fábrica Cooperativa”, en la nota se detalla la organización cooperativa y toma testimoniáis de protagonistas como el siguiente: “Empezamos a hacer champús y jabones en la cocina de la casa de una amiga en 2017. Éramos cinco o seis niñas sin trabajo, buscábamos una solución colectiva y hoy estamos aquí”, dice Letsy Villca, de pie entre las paredes blancas del amplio laboratorio de Maleza Cosmética Natural, una cooperativa que reúne a 44 mujeres veinteañeras en la capital argentina.

Maleza ha recorrido un largo camino en poco tiempo y actualmente produce 400 botellas de shampoo y 600 pastillas de jabón a la semana, además de cremas faciales y desmaquillantes, entre otros productos. Se venden en toda Argentina a través de la propia plataforma digital de la cooperativa y otros canales de comercialización.

La cooperativa es un poderoso ejemplo de la llamada economía popular, a través de la cual millones de personas que no pueden acceder a un trabajo formal o a un crédito bancario luchan contra la falta de oportunidades, en medio de la abrumadora crisis económica que vive este país sudamericano. Donde más del 40 por ciento de la población de casi 46 millones de personas vive en la pobreza.

El Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (Renatep) registra a 2.830.520 personas que se ganan la vida con la venta ambulante, el reciclaje de residuos, la construcción, la limpieza o el trabajo en comedores populares.

Una mirada a Renatep permite reflejar qué grupos sociales enfrentan mayores desventajas en el mercado laboral, ya que hay una mayoría de mujeres (57 por ciento) y jóvenes entre 18 y 35 años (62 por ciento).

El cuadro se completa cuando se comparan las cifras con las de los asalariados registrados en el sector privado, donde tanto las mujeres como los jóvenes son minoría: 33 y 39 por ciento, respectivamente.

Como parte de su programa de asistencia social enfocado en apoyar la economía popular, el Ministerio de Desarrollo Social otorgó a Maleza un subsidio que le permitió adquirir los tubos de vidrio, termómetros, extractores de aceite, mesas de acero y equipos de oficina que hoy amueblan lo que fue el desmantelado almacén de una antigua fábrica.

Las jóvenes alquilaron el local de 213 metros cuadrados en enero de 2021.

Al mudarse de la cocina de una casa a un lugar propio amplio y bien acondicionado, pudieron aumentar la producción en un 500 por ciento debido a mejores condiciones de trabajo y la posibilidad de almacenar materias primas.

Las propias jóvenes tardaron tres meses en renovar el inmueble, que ahora cuenta con una sala de reuniones, oficinas, baños, vestidores y un amplio laboratorio.

“’Maleza’ o hierba es una planta que se arranca de la tierra y vuelve a crecer. Una planta que es rechazada, pero resiste, porque es fuerte y siempre vuelve a crecer. Por eso elegimos el nombre”, explica a IPS Brisa Medina, de 22 años.

El proyecto va más allá de la producción: el laboratorio de la cooperativa es también un espacio de encuentro social y comunitario para luchar por los derechos y generar conciencia colectiva.

Las instalaciones de Maleza están ubicadas en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, en Villa Lugano, un barrio de fábricas y viviendas populares, lejos de las zonas más cotizadas de la capital argentina.

Los miembros de la cooperativa, en su mayoría mujeres pero también dos hombres, viven a unas 25 cuadras (unos 2,3 kilómetros) de la planta, en Villa 20, uno de los barrios marginales más grandes de la ciudad, hogar de más de 30.000 personas.

La mayoría de los que viven en la Villa 20 son inmigrantes bolivianos y paraguayos que trabajan como obreros textiles para fabricantes de ropa en talleres precarios instalados en sus propias casas.

El oficio se transmite de generación en generación, al igual que las duras condiciones de trabajo, a cambio de una remuneración que fijan unilateralmente los compradores, sin derecho a negociar.

“Queríamos hacer otra cosa: tener un proyecto que fuera nuestro, que nos gustara, con un lugar digno para trabajar, que nos permitiera estudiar y donde pudiéramos aplicar nuestros conocimientos, porque muchos de nosotros éramos compañeros de clase en un escuela técnica química, pero es casi imposible encontrar trabajo”, dice Letsy, de 22 años, a IPS.

A sus conocimientos técnicos, adquiridos a través de diferentes cursos posteriores al bachillerato, las jóvenes de Maleza sumaron los conocimientos ancestrales transmitidos por sus familias, para fabricar cosméticos libres de químicos contaminantes y producidos de manera amigable con el medio ambiente.

“Desde que era niño, veía a mi madre preparar y vender hierbas medicinales y productos naturales. Ahí fue cuando comencé a aprender”, dice Ruth Ortiz, quien tiene 23 años y una hija de cuatro años.

Ruth agrega que el objetivo era hacer un producto con el que pudieran soñar en grande en términos de ventas, ya que muchos en la Villa obtienen algún ingreso extra horneando pan o cocinando comidas, pero vendiendo sus productos solo a los vecinos.

“Tan pronto como nos sentimos listos, comenzamos a vender en ferias callejeras y gradualmente mejoramos nuestros productos y empaques”, dice ella.

Para muchos de ellos la cooperativa fue más una necesidad que una elección, reconoce: “Es muy difícil para cualquiera conseguir trabajo, pero es más difícil para la gente de la Villa. Cuando dices dónde vives, no quieren contratarte”.

Ruth es la única socia de la cooperativa que es madre. Comenzó a trabajar cuando su hija era una bebé de ocho meses. Muchas veces la lleva al laboratorio y todos se turnan para cuidarla, ya que una de las premisas fundamentales de Maleza es que la mujer debe poder trabajar fuera del hogar, generar sus propios ingresos y no caer en la trampa del trabajo doméstico no remunerado. .

Salarios pagados por la asistencia social

Brisa, que trabajaba como cajera en una peluquería, se quedó sin trabajo en marzo de 2020, cuando estalló la pandemia de COVID-19 y se ordenó el cierre de todos los negocios no esenciales en Argentina. “Maleza fue mi salvación”, dice ella.

Luego de la catástrofe socioeconómica del primer año de la pandemia, 2021 fue un año de recuperación económica en Argentina, aunque marcado por un alarmante nivel de precariedad laboral: datos oficiales muestran que el año pasado se crearon casi tres millones de empleos, pero casi la totalidad de ellos son empleados no registrados (1.329.000) y autónomos (1.463.000).

Los trabajadores informales o no registrados y por cuenta propia también son los más afectados por la pérdida de poder adquisitivo en una economía con una tasa de inflación superior al 50 por ciento anual.

En este contexto, Maleza está buscando un camino a seguir. Los ingresos actuales de la fábrica son suficientes para pagar el alquiler del laboratorio más los servicios de electricidad, agua e internet y otros gastos, pero aún no alcanzan para pagar los salarios de los miembros.

“Estamos buscando formas de reducir los costos y aumentar la rentabilidad. Si bien las ventas aún no han llegado a los niveles que creemos que podrían, estamos avanzando en publicidad y abriendo nuevos canales de comercialización, por lo que esperamos tener ganancias a mediados de este año”, dice Julia Argnani, otra socia de la cooperativa. IPS.

Hoy, Maleza se divide en cuatro áreas de trabajo: administración, producción, mercadeo y comunicación, que incluye el diseño y administración de redes sociales. También busca ser una herramienta de empoderamiento de otras cooperativas sociales, entregando, por ejemplo, sus productos en bolsas reutilizables fabricadas por otro grupo de mujeres.

Todos los integrantes de Maleza cuentan con un ingreso fijo gracias a que son beneficiarios de Potenciar Trabajo, un plan de inclusión socioproductiva y desarrollo local administrado por el Ministerio de Desarrollo Social.

El programa otorga a los afiliados a Renatep la mitad del salario mínimo de Argentina: 16.500 pesos (aproximadamente 150 dólares) al mes, a cambio de una jornada laboral de cuatro horas.

En este país del Cono Sur, el 45 por ciento de la población recibe algún tipo de asistencia social a través de una amplia red que incluye asistencia económica directa, ayuda alimentaria, tarifas de electricidad y gas subsidiadas y formación profesional.

En el caso de Potenciar Trabajo, actualmente se paga a 1.200.000 trabajadores del sector informal, según datos suministrados a IPS por el Ministerio de Desarrollo Social. Los 150 dólares mensuales que les dan equivalen a la cuarta parte de los ingresos necesarios para sacar de la pobreza a una familia de cuatro, según el instituto oficial de estadísticas.

“Nuestro objetivo también es estar orgullosos de donde empezamos y demostrar que una cooperativa de mujeres como la nuestra puede hacer productos de calidad”, explica Julia.

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