#3J Otra vez se escucha con fuerza ¡Ni una menos!

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Otra vez se oye ¡Ni una menos! ¡Vivas y libres nos queremos! Es el poderoso grito colectivo que está presente y se actualiza cada 3 de junio, hoy se cumplen seis años de la primera movilización contra la violencia femicida, bajo la consigna #NiUnaMenos.

La marcha denominada Ni Una Menos se realizó por primera vez el 3 de junio de 2015 en ochenta ciudades de Argentina. Las manifestaciones se repitieron el 3 de junio y el 19 de octubre de 2016. En el país, hasta 2016 en promedio se cometía un femicidio cada 30 horas, en 2017 este promedio se elevó a que se cometa un femicidio cada 18 horas y así no paro de crecer.

Este será un NI Una Menos especial debido a la pandemia las masivas movilizaciones no se pueden realizar, el colectivo Ni Una Menos convoca para este 3 de junio a un “Cartelazo” y llama a quienes quieran sumarse a colocar carteles en ventanas, puertas y redes que advirtiéndotelos sobre la gravedad de los femicidios y la violencia de género en el país.

Desde 2015, cada 3 de junio, damos un poderoso y feroz grito. Cientos de miles de personas nos encontramos en la calle para ser la voz de quienes ya no la tienen, víctimas de la violencia femicida. Ponemos cuerpo, palabra, banderas y carteles para decir que la violencia machista mata y no sólo cuando el corazón deja de latir. Porque la violencia machista también mata, lentamente, cuando coarta libertades, participación política y social, la chance de inventar otros mundos, otras comunidades, otros vínculos.

Cuando nos dice como vestirnos y como actuar, mata nuestra libertad.

Cuando nos insulta o nos juzga por el modo en que disfrutamos nuestros cuerpos, mata nuestro derecho a poner en acto su inmensa potencia.

Cuando nos niega la palabra en el espacio público, la silencia o la minimiza; mata nuestro derecho a cambiar el mundo para todos y todas.

Cuando nos impone las tareas domésticas y de cuidado como si fuera un deber exclusivo y natural, mata nuestro tiempo.

Cuando nos niega la igualdad en los salarios aunque hagamos el mismo trabajo, mata nuestra autonomía.

Cuando avasalla o abusa de nuestros cuerpos, mata nuestra integridad.

Cuando pretende controlar nuestra capacidad reproductiva, mata nuestro derecho a elegir.

Decir Ni Una Menos no es, un ruego ni un pedido. Es plantarse de cara a lo que no queremos: ni una víctima más. Y es enunciar a la vez que nos queremos vivas, íntegras, autónomas, soberanas. Dueñas de nuestros cuerpos y nuestras trayectorias vitales. Dueñas de nuestras elecciones: como queremos, cuando queremos, con quien queremos.

Decir Ni Una Menos es tejer una trama de resistencia y solidaridad; es el patriarcado el que inventa el guión de la rivalidad entre mujeres, del pánico moral frente a quienes no se reconocen ni varones ni mujeres tal como pretende modelarnos este sistema que asfixia. Son las redes de afecto que también son políticas las que nos permiten hacer visibles las opresiones, salir del círculo de la violencia, empoderarnos para vivir las vidas que queremos vivir.

Cada 3 de junio abrimos en las plazas públicas un inmenso espacio de hospitalidad a cielo abierto para todas las personas que quieren decir: ¡Basta! Basta de inequidad. Basta de disciplinarnos por medio de la violencia. Basta de convertir nuestros cuerpos en cosas. Basta de ser consideradas propiedades de otros. Basta de callarnos. Basta de convertirnos en criminales por querer decidir sobre nuestros cuerpos, por querer elegir cuándo tener hijos, cuántos y con quién.

Juntas generamos la visibilidad y jerarquización de la problemática de la violencia machista y el empoderamiento de los colectivos feministas. Todos y todas sabemos de qué se habla cuando se dice Ni Una Menos y el peso de la condena social cae cada vez más sobre los agresores.

 

Pensamos nuestras libertades en la trama de los Derechos Humanos; ya que al afirmar nuestro deseo de vida, al mismo tiempo queremos inscribir las historias de nuestra liberación junto a miles de otras historias. Las que se afirman y se siguen actualizando cada 24 de marzo en Argentina junto a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. También junto a las mujeres que gritan “Vivas nos queremos” en México, en Perú, y en cada territorio en donde la palabra mediática, la política pública o clandestina marcan nuestros cuerpos y nos implican, cada vez más, como sujetas del odio, presas políticas, o dimensión femenina de la pobreza en un mundo en crisis social, un mundo patriarcal y obligatoriamente heterosexual.

 

El 3 de junio es una fecha que sella un compromiso con la construcción de un movimiento transversal y poderoso, hecho de redes políticas de afecto y solidaridad, porque es la vida la que está en juego. Las personas que no somos varones heterosexuales blancos con poder económico, estamos histórica y sistemáticamente condenadas a la sumisión para garantizar la vida biológica, a la obediencia para evitar el castigo, al refugio para evitar la muerte, a las cadenas suaves para evitar las violencias. Queremos decir No otra vez a esas imposiciones, porque la libertad es parte de lo que llamamos vida, porque la autonomía económica y el derecho son dimensiones ineludibles y porque privadas de eso –de nuestros trabajos y nuestros salarios, de la libertad de elegir pareja o no elegirla, de decidir si ser madres o no- la vida se convertiría en algo cerrado sobre sí mismo, una tipo de cárcel, una condena.

En las calles queremos encontrarnos, libres, autónomas, críticas y solidarias; alegres y furiosas.

¡Ni Una Menos!

¡Vivas nos queremos!

Carta orgánica

  1. Somos

Ni una menos nació ante el hartazgo por la violencia machista, que tiene su punto más cruel en el femicidio. Se nombró así, sencillamente, diciendo basta de un modo que a todas y todos conmovió: “ni una menos” es la manera de sentenciar que es inaceptable seguir contando mujeres asesinadas por el hecho de ser mujeres o cuerpos disidentes y para señalar cuál es el objeto de esa violencia.

Esa consigna desbordó las interpelaciones previas del feminismo, desde donde la violencia machista se viene denunciando hace décadas, pero al mismo tiempo, desde la primera marcha del 3 de junio de 2015, la calle y el documento demostraron que la fuerza que se movilizaba era un impulso feminista, se reconociera o no albergado en esa palabra, en su pluralidad de tonos y voces.

Al calor de esas voces se consolida el Colectivo Ni Una Menos, con sus muchas expresiones regionales, como parte de un movimiento histórico, que tuvo y tiene hitos organizativos fundamentales en las tres décadas de Encuentros Nacionales de Mujeres y en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito. Y que también se reconoce en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, en las mujeres revolucionarias que fueron sus hijas, en los movimientos LGBTIQ, en las que se organizaron en sindicatos y en las piqueteras, en las mujeres migrantes, indígenas y afrodescendientes y en la larga historia de luchas por la ampliación de derechos. Nuestras libertades y capacidades vienen de esa tenacidad que se acumula históricamente. Somos parte de esa historicidad y, a la vez, contemporáneas de un movimiento de mujeres novedoso, potente, popular, transversal, libertario, con mil rostros y miles de entonaciones, que es regional e internacional, a la vez que se inscribe en cada parte del territorio nacional.

Ni Una Menos es un colectivo que reúne a un conjunto de voluntades feministas, pero también es un lema y un movimiento social.

Ese movimiento plural y heterogéneo hizo que en poco tiempo en cada hogar, sumado o no a la lucha en las calles, puedan identificarse pequeñas inequidades y violencias cotidianas como acciones que agravian las biografías y cercenan la vida en libertad: de poder decir sí o de decir no. Este movimiento quiere permear las bases de la desigualdad, y transformarla.

  1. Las violencias

Como Colectivo Ni una menos, al mismo tiempo que crecieron esas movilizaciones contra la violencia machista y contra las narrativas sociales que se alojan mediáticamente, fuimos pensando y nombrando distintas dimensiones de la violencia. La brecha salarial, el trabajo de cuidado no reconocido ni remunerado, la desocupación que recae con mayor peso entre las mujeres, lesbianas, transexuales y travestis y entre ellas, las más jóvenes. En consecuencia, la violencia sobre los cuerpos se sostiene y trenza con la desigualdad social, la lógica de la acumulación de riquezas, las condiciones de trabajo, las instituciones y el Estado. Una madeja de cuestiones económicas, políticas y culturales que necesitamos desovillar, para desarmar sus fundamentos y así combatir sus violencias.

Desde las propias experiencias vitales, sabemos que debemos develar el carácter político de la violencia machista -que no es una injuria de la vida íntima- y, a la inversa, llevar la política a la vida privada. El patriarcado y la heterosexualidad como régimen político tienen dispositivos que hacen sistema en cada lugar donde se enraiza –no es igual en todos lados aunque el sustrato se mantenga–: en las relaciones de poder, en las instituciones, en los discursos y en las formas de opresión de cada contexto para funcionar en tándem con ellas. Se anudan las violencias que ejercen los sistemas judiciales, médicos, educativos, las narrativas mediáticas, las presiones laborales, para contener las vidas en los moldes que prescribe el patriarcado. Tejer una nueva forma de vida exige pensar todas esas dimensiones, desanudarlas y verlas a la vez.

  1. Amistad política: inteligencia colectiva

El primer mandato del patriarcado nos enseña a desconfiar las unas de las otras. Esa hechura patriarcal nos persigue: a veces repetimos en nuestros modos esos micromachismos. Para desarmar todo esto, necesitamos construir una práctica de confianza y cuidado mutuo entre nosotras: una amistad política. Inventar trazos y lazos, palabras en común, acordados modos de tramitar, colectivamente, nuestras desdichas y violencias. Poner en común para desactivar lo que, justamente, intenta destruir esa amistad, esa inteligencia que sólo puede ser colectiva. En cada uno de nuestros trayectos biográficos está el sufrimiento y las huellas del daño. Los reconocemos, nos reconocemos en ellos, pero no serán justificación para prácticas insolidarias y contrarias a la ética feminista que construimos.

Estamos dispuestas a inventar nuevos modos de vida, sustentados en el cuidado y no en la competencia, en el parloteo de la amistad y no en la maledicencia facciosa, en el amparo de nuestra vulnerabilidad y no en la adjudicación a otras de nuestros menoscabos. Nadie dice que sea fácil. Decimos que es una tarea política. La mayor de ellas.

Crear formas de vida y crear organización feminista, capaz de trabajar desde la heterogeneidad y con el máximo de los respetos a la pluralidad que nos constituye. Eso implica el respeto a quienes se definen como trabajadoras sexuales, a la vez que denunciamos los modos de explotación y reducción a la servidumbre que implica la trata. Debemos construir ámbitos organizativos en los que cada voz sea audible y cada cuerpo cuente.

  1. Hacemos política

Ni una menos, el Colectivo, surgió de transformar el duelo en potencia: vivas nos queremos. Eso sigue implicando resistir a los intentos de captura de nuestra voz colectiva y construir estrategias para corrernos del lugar en el que las interpelaciones públicas quieren ubicarnos: el de víctimas. Nosotras no nos reconocemos como víctimas –hayamos o no sido victimizadas– ni nos dirigimos a otras mujeres, incluso las que sufren o sufrieron violencia, como víctimas, sino como sujetas de creación, potencia de hacer, voluntad de transformación. La palabra víctima no es un adjetivo permanente: nos mueve el deseo de una historicidad biográfica de mayor libertad y autonomía. En ese sentido, desde el momento en que salimos a la calle, lo hacemos como sujetas políticas, con la enorme responsabilidad por las que ya no están y con el claro compromiso con las que están luchando para tener una vida que deseen vivir.

Nuestro nombre es el de la construcción de una sociedad más libre, en la que desde la infancia no seamos empujadas a la aceptación de patrones de conducta que nos condenen a la subalternidad y la obediencia. Ponemos en cuestión las estructuras sociales de las cuales el machismo es piedra angular, cimiento y soldadura.

Somos las que somos, bajo paraguas que nos albergan de diferentes modos –mujeres, transexuales, lesbianas, travestis, de todas las edades y todas las nacionalidades, trabajadora–, con infinitos modos de nombrarnos, todos posibles, todos ciertos, todos habitando una pluralidad que nos entusiasma. En el fondo de esa pluralidad compartimos las heridas, el saber de las heridas, la humillación, la diatriba, la huella colonial, pero también el deseo de una épica que convierta la herida en arma, con nuevas prácticas para una sociedad nueva.

Proponemos acciones colectivas, apostamos a la organización y a la cuidadosa construcción de prácticas feministas. Nuestro activismo es tan político como el de las sufragistas, las que se rebelaron en los conventillos a principios de siglo, las comuneras que pelearon por sus tierras, las madres que buscaron a sus hijas e hijos secuestrados, las trabajadoras que se sindicalizaron, las que pidieron divorcio, paridad, aborto. Respetamos la religiosidad y el sistema de creencias de todos y todas; estamos convencidas, sin embargo, de que la defensa de un Estado laico garantiza las bases del igualitarismo. Ninguna Iglesia como institución puede ni debe influir en políticas públicas, ni la defensa de su moral, obstaculizar el acceso a derechos.

Ni una menos no es un colectivo partidario, pero sí es político y articulamos con otros colectivos que se reconozcan en objetivos comunes, sin perder nuestra autonomía. Somos un colectivo que se construye a distancia del Estado y de los partidos políticos, de las empresas y del capital. Autonomía y transversalidad son necesarias para un movimiento de mujeres que propone reformas a la vez que sabe que debe cambiar todo.

  1. Antipunitivismo

En estos dos años, nuestra agenda se complejizó. Las demandas iniciales concentradas en cinco puntos están pendientes. Al mismo tiempo las condiciones de vida empeoran y sobre nuestros cuerpos se desploman las partes agrietadas del edificio social. Las mujeres que trabajan en la economía informal son perseguidas, las trabajadoras sexuales objeto de criminalización, las militantes judicializadas, las movilizaciones y el activismo feminista puestos bajo la lupa de la represión. Mientras tanto, la cuenta de los crímenes crece y se nos ofrece más mano dura.

Triunfó la lógica mediática: las respuestas a nuestras demandas fueron en ese sentido, para ganar la opinión pública en lugar de dar soluciones efectivas y reales. El crecimiento de los discursos punitivistas desde el Poder Ejecutivo y Legislativo y la sanción de leyes que agudizan la crisis humanitaria de las cárceles y proponen el endurecimiento de las penas agravan nuestra situación. Porque no sólo eluden las políticas públicas integrales de prevención, cuidado y acompañamiento, sino que esta demagogia llega cuando estamos muertas.

No vamos a permitir, y lo sostenemos en nuestras intervenciones, que tomen las muertes como coartadas justificadoras de la violencia institucional. Tampoco vamos a dejar de señalar la complicidad judicial en la desprotección de las mujeres que denuncian, ni la del Ejecutivo cuando recorta políticas que podrían evitar las violencias. Ante cada femicidio podemos decir: el Estado es responsable.

El punitivismo y el manodurismo, por otra parte, son usados contra nuestro legítimo derecho a la protesta social. Decimos: no en nuestro nombre. El Estado tiene ya leyes modelo que no aplica y programas nacionales que vacía, como el de Educación Sexual Integral, como la Ley de Protección Integral a las Mujeres, como el de Salud Sexual y Reproductiva, como el de Patrocinio Jurídico Gratuito, como la que debe garantizar dentro de las cárceles, un programa especializado para ofensores sexuales y femicidas condenados. La contracara del punitivismo está en todo lo que el Estado elude hacer, y eso también es política.

  1. Derecho al aborto

La demanda y la defensa del derecho al aborto es parte de nuestro derecho a la soberanía de nuestros cuerpos, a gozar, a ser madres o no serlo, a parir como queremos y con quien queremos. Al igual que en los argumentos contra el voto femenino, nos condenan a una eterna minoría de edad, que nos impide decidir sobre nuestras vidas, al tiempo que se las pone en riesgo cuando queremos interrumpir un embarazo, y nos empujan a la clandestinidad. El derecho al aborto es necesario para proteger la salud y la integridad de las mujeres y otros cuerpos con posibilidad de gestar. La negación de ese derecho, incluso el ya consagrado de interrupción legal del embarazo, es violencia institucional, somete a formas de tortura, tratos crueles y humillantes. Sin aborto legal, no hay ni una menos posible.

  1. Estamos para nosotras

Estamos para cuidarnos, acompañarnos, transmitirnos saberes, sabernos cómplices, atentas al sentir de las otras. Estamos dispuestas para el cotilleo entre amigas, la charla entre colegas, la amistad en el barrio, porque sabemos que hacer conventillo nos permite construir palabra y saberes en común: de nuestras mutuas experiencias surge el cuidado.

La mayoría de las situaciones de violencias física y psicológica contra las mujeres y cuerpos feminizados se dan sin la presencia de otras personas. Decir que estamos para nosotras significa, también, que valoramos la palabra de las mujeres. Por eso estamos atentas a aquellos casos que criminalizan a las mujeres bajo la lupa de la moral como las causas por abandono de persona que se abren contra las madres violentadas junto a sus hijxs por varones agresivos o las causas de legítima defensa. Si tocan a una, nos tocan a todas. Y el mismo hilo con el que se teje la ética feminista del cuidado, hilvana el acompañamiento y la solidaridad entre nosotras ante las causas arbitrarias y/o injustas.

La cita entre generaciones es también la de la parla de mujeres, herencia de los cuidados y de las tácticas de las presuntamente débiles. Nosotras narramos, nos narramos, nos hablamos y construimos entre todas una memoria de las heridas, los heroísmos diarios, los cuidados mutuos. En ese tejido nos hacemos, somos también en la palabra.

  1. Deseamos

Apostamos a una fuerza políglota, plurilingüe, díscola, fugitiva, una Red federal e internacional, que surja de la red entre grupos diferentes capaces de unirse en estos acuerdos mínimos, decididos también a funcionar separados pero que articulen en una liga ofensiva y defensiva, para dar peleas conjuntas a veces y crear por separado muchas otras. Esa red debe prestar atención a las diferencias territoriales que expanden y enriquecen la heterogeneidad de nuestras agendas y demandas, sin contradecir los acuerdos fundamentales. Se trata de construir un trabajo en común que no implique flujos asimétricos.

Apostamos a seguir desbordando los cercos en los que la sociedad patriarcal nos confina, a seguir hablando para las que no se reconocen feministas pero tienen prácticas de autonomía, para las que se sienten oprimidas pero no identificaron la causa, para las que simplemente quieren vidas libres de violencias, para quienes se escurren de la diferencia de géneros, para los varones que revisan sus prácticas y, también, para quienes aún no lo hacen: hablamos para todas y para todos. Apostamos a seguir pensando dentro y fuera de los límites nacionales, a construir una perspectiva feminista sobre todas las desigualdades. Ni lo humano ni la naturaleza, la tierra y la existencia, puede sernos ajeno. Reducirnos a tomar la parte que el género nos asigna, es también un modo de enajenación. Ante eso, decimos: una mirada feminista, singular y precisa, sobre la existencia, sobre las condiciones materiales, sobre las violencias de todo tipo, capaz de construir alianzas interseccionales y subjetividades nuevas. Nos mueve el deseo.

Ni una menos. Vivas nos queremos

 

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